De acuerdo a lo que plantean los economistas, existen en la sociedad tres grandes sectores de trabajo: el sector primario, o extractivo; el secundario, o de transformación; y el terciario, dedicado fundamental, pero no exclusivamente, al intercambio, llamado de servicios.
El sector primario, a su vez, se puede dividir en dos grupos. El sector extractivo, básicamente la minería, que proporciona materias primas para su transformación en mecanismos de producción o en productos en bruto o acabados. Opera con recursos naturales, que se encuentran en la naturaleza, de tipo no renovable. Metales, como el hierro, el cobre, aluminio, titanio y tantos otros son los materiales más conocidos y explotados, asi como el rubro de fuentes de energía no renovables, combustibles, como el petróleo, gas y carbón. Ambos tipos de recursos están muy relacionados, ya que el procesamiento de los primeros requiere de los segundos. Para obtener el aluminio de la bauxita se requieren grandes cantidades de energía eléctrica, que a su vez se obtiene de combustibles fósiles y, más recientemente, de la fisión nuclear del uranio o de alguno de los subproductos de las plantas nucleares. Para obtener hierro y acero se requieren también grandes cantidades de carbón, petróleo o energía hidroeléctrica.
Por su parte la producción rural, agrícola, ganadera, forestal y pesquera, operan sobre recursos naturalmente renovables, siempre y cuando no se los explote, sino que se los maneje. Esta es una de las diferencias más significativas al interior del sector primario: la diferencia entre un modelo de explotación y un modelo de manejo. Por desgracia, no siempre las intervenciones en el sector rural toman en cuenta dicha diferencia, con consecuencias generalmente desastrosas como la deforestación, la polución del agua y la atmósfera y las erosiones, del suelo y genética.
En el caso de la agricultura, los recursos naturales renovables son: el suelo, el agua, la energía solar, el germoplasma y, para el suelo, los nutrientes que aunque renovables pueden agotarse si no se dan las condiciones de renovación natural. La explotación del suelo, como recurso renovable, conduce inevitablemente a la erosión, así como el mal manejo de los agroquímicos los transforma en agrotóxicos, generando muertes, malformaciones y polución. Y el lapso necesario para la formación de un suelo cultivable, excede el de varias generaciones. La explotación del recurso pesca, conduce a una reducción sustantiva y a una pérdida de equilibrio de la fauna marina cuyas consecuencias apenas comenzamos a constatar. Los plazos para recuperar el equilibrio son, también, del orden de varias generaciones. La explotación del bosque, sin medidas de reforestación adecuadas, requieren también de lapsos prolongados, si es que la erosión derivada no imposibilita por completo la recuperación del bosque. Y no olvidemos que cierto tipo de técnicas de reforestación sólo conducen a la formación de “desiertos verdes”, carentes de la pradera y el sotobosque y, por ello, de los diversos niveles de fauna que constituyen un ecosistema.
La diferencia fundamental en estos dos subsectores consiste en que algunas materias primas hay que explotarlas (las no renovables) y otras hay que manejarlas (las renovables).
Otra diferencia entre los productos derivados consiste en que un rasgo básico de calidad en los productos industriales es la homogeneidad, en tanto que el rasgo más esencial del mundo biológico es la diversidad.
El segundo grupo, de transformación, es conocido en general como industria. En el caso de los productos no renovables se dedica a la producción de los denominados bienes de capital o bienes de consumo: máquinas, instrumentos, rutas, artefactos de uso doméstico, viviendas y edificios para otros usos, imprentas, computadores, ropas, alimentos, etc. etc., usando para ello productos primarios, tanto del grupo no renovable, como del renovable.
De la transformación de los productos rurales, agrícolas, ganaderos, forestales y pesqueros, nace el sector de la agroindustria, si bien este sector usa con frecuencia productos no renovables, en particular para envases y como energía o elementos de transformación y conservación.
El sector terciario, conocido también como de servicios, está dedicado sobre todo a los procesos de intercambio, tanto de los productos del sector primario, como del secundario. Es un sector que, básicamente, no genera riqueza sino que la redistribuye.
Cuando lo que se intercambia es dinero, o valores atribuidos a productos, o elementos que reemplazan al dinero, pero aún lo representan (bonos, por ejemplo), nos encontramos frente al mercado financiero.
Cuando lo que se intercambia son productos, valorados en general en dinero, nos encontramos frente al comercio o mercado de bienes de consumo, mayorista o minorista. Es claro que no genera riqueza, sino que se limita a redistribuirla, sobre todo en beneficio de aquellos que disponen de más información, ya que el mercado, como bien dijo K. Galbraith, “no es ni perfecto ni transparente”. El objetivo de este sistema de intercambio es poder ofrecer a los consumidores productos que no generan y que son generados, cada vez con mayor frecuencia, a grandes distancias del punto de consumo y, en el caso de los alimentos, en momentos estacionales diferentes. Una de las herramientas de este sector, la publicidad, tiene como función básica imponer el consumo de determinados productos o priorizar el consumo de un producto dado frente a otros similares.
Pero existe un segmento del sector terciario que no produce ni intercambia productos, sino bienes de capital intangible, aunque a veces sean notablemente tangibles como en el caso de la salud. Educación, cultura, arte, información, son productos del sector terciario valiosísimos para cualquier sociedad. Todos ellos sujetos al mercado, aunque algunos han estado subsidiados durante varias décadas por ser considerados bienes sociales. Es el caso particular de la educación y la salud que no pueden integrarse al mercado sin que pierdan calidad debido al conflicto de intereses y a las imperfecciones del mercado en si mismo. Este segmento genera riqueza en forma permanente y en grandes cantidades.
La investigación científica es la última de las actividades del sector terciario, pero quizá una de las que mayor influencia ha tenido en el desarrollo de las sociedades y esta influencia tiende a crecer aceleradamente.
La investigación tiene como resultado un producto llamado conocimiento y este conocimiento es aplicable, y está siendo aplicado, a todos los demás sectores de la actividad humana. Es, por lo tanto, un segmento que genera riqueza.
Los resultados del conocimiento científico, transformados en tecnologías para ser aplicados, revierten, directa o indirectamente, en plazos cada vez más cortos, sobre la sociedad.
Los sectores primario y secundario generan bienes (o riqueza) a partir del trabajo aplicado a los recursos naturales para su obtención o transformación. En el sector terciario encontramos varios segmentos que no generan bienes, se limitan a redistribuirlos: comercio, finanzas, públicidad y medios masivos, ambos estrechamente ligados. Un componente muy particular del sector terciario son las fuerzas armadas. Altamente consumidoras de recursos, su contribución a la generación de riqueza es insignificante, salvo en el caso de las guerras de conquista para la obtención de territorios, materias primas o nuevos mercados. En general son voraces consumidoras de riquezas que no producen. En cambio sí son generadores de bienes o de riqueza las áreas de salud, educación, cultura y, en forma notable, la investigación.
El producto de la investigación, el conocimiento, y su derivada, la tecnología, revierten sobre las demás actividades de la sociedad, modificándolas profundamente y en plazos cada vez más cortos.
Pero no todos sus usos son beneficiosos. Durante los últimos decenios ha sido el esfuerzo bélico el mayor demandante, e impulsor, de la investigación científica. Pero muchos de sus resultados se han ido incorporado, con retardo y gradualmente, a la vida cotidiana. Quizá el ejemplo más reciente y llamativo es el de Internet, que nace -con el nombre de Arpanet- como una respuesta a la necesidad de los diversos centros militares de mantener un sistema de comunicación eficiente en caso de un conflicto nuclear que destruya un sistema centralizado. Lo mismo puede decirse de las comunicaciones vía satélites, de muchos de los avances en materia de mensajes audiovisuales, tanto de soportes como de producción y distribución.
Del mismo modo, ciertas propuestas en extremo conductistas en el campo de la educación se vieron validadas por el esfuerzo bélico, donde fueron exitosas en la preparación de los niveles de automatismo necesarios para el manejo de armas. Eran procesos de adiestramiento, o de amaestramiento, adecuados para animales de circo, y no procesos de educación para seres humanos, pero gran parte de su actual vigencia se debe al éxito obtenido en los primeros. Demás está decir que en el modelo de economía neoliberal de mercado global, donde las personas sólo existen en su papel de consumidores, la posibilidad de amaestrarlos para que lo sean en forma intensiva, hace del conductismo una herramienta privilegiada.
De todas formas hoy es bien claro que para que los resultados de la investigación, científica y tecnológica, lleguen a los otros segmentos de la actividad humana se requiere disponer de medios, instrumentos y metodologías de comunicación. Es más, si la sociedad debe tomar parte en las decisiones científicas que la afectan, son necesarios mensajes que tornen inteligible la investigación para la sociedad y que lleven las opiniones de la sociedad a la comunidad científica, sobre todo a los componentes de investigación aplicada y tecnológica. Ya que con frecuencia utilizamos las tecnologías debido a la manipulación de los que las producen y manejan y sin que la sociedad sea informada a cabalidad no sólo de las ventajas, sino también y en mayor escala, de los riesgos actuales o potenciales que pueden traer aparejadas, es necesario que dichos riesgos sean del conocimiento y no escapen a la comprensión de todos los ciudadanos. En las áreas denominadas de ciencia pura, creemos que los científicos deben contar con total libertad y que la sociedad actúa sobre ellos con métodos indirectos de orientación bastante eficientes.
Se requiere, entonces, contar con mensajes de comunicación pedagógica para los procesos de aprendizaje, de comunicación científica para que la sociedad participe, sin mitos modernos, en el conocimiento de lo que la ciencia y los científicos hacen en ella. Asimismo son necesarios los mensajes de comunicación para la organización participativa, con el objetivo de tomar parte en las decisiones que nos afectan. Se necesitan, también, los mensajes de información que permitan darle al mercado la transparencia que no tiene y facilitar la toma de decisiones sociales y políticas que, carentes de dicha información, pueden llegar a ser contraproducentes. Y aquellos que permiten tomar opciones por tecnologías que no sean agresivas, ni con el medio ambiente ni con la sociedad. El género documental tiene un papel significativo en el área cultural, tanto en el reconocimiento del ambiente como en el de otras culturas.
Y, desde luego, todos aquellos mensajes que, aun corriendo el riesgo de ser manipulatorios, tienden a enriquecer o despertar la afectividad. Mensajes que pueden llegar a ser calificados como artísticos, que expresan y hablan de la sociedad por la boca de sus autores. Mensajes dirigidos, básicamente, al hemisferio derecho del cerebro, al campo de los afectos y de las relaciones entre los seres humanos. Mensajes altamente connotativos, cuyo nivel de polisemia es comparable al de ciertas expresiones musicales, al ballet y a la danza contemporánea.