Pedagogía y Comunicación
Pedagogía y Comunicación

El Interlocutor y su papel activo en la Información Digital.

De las múltiples facetas, y aristas, que nos presenta la Red en la actualidad nos vamos a referir exclusivamente a aquellas que no suelen estar presentes en la mayor parte de las convocatorias: la percepción de los mensajes que la Red transporta y, en consecuencia, algunos elementos a tomar en cuenta para su producción.

 

Antes, sin embargo, un breve elemento de demitificación. La Red transporta a gran velocidad y con escasas pérdidas multitud de datos. No todos ellos son lo que denominamos información.

 

Para que los datos lleguen a constituirse en información requieren cumplir ciertas condiciones, o ser procesados para que las cumplan. Dichas condiciones son: a)oportunidad, b)fiabilidad, c)accesibilidad, d)inteligibilidad,

e)utilidad.

 

Dado que la información es clave para la toma de decisiones, no puede haber duda alguna en cuanto al punto a). Los datos post mortem tienen valor sólo para construir series históricas, que pueden ser útiles para investigar, más no así para decidir. Pero además, en ciertos campos, sobre todo el rural, los datos deben contener un cierto nivel de predicción, ya que las decisiones que se toman en un determinado momento muestran sus resultados en plazos medios y largos.

 

Ni que decir tiene que la fiabilidad, b) o la indicación clara y concisa del posible nivel de error, son también vitales. Peor que la carencia de información es la desinformación, como bien han experimentado los mercados mundiales en los últimos tiempos.

 

De poco sirven datos oportunos y fiables si el potencial usuario carece de acceso a los mismos, punto c). Los datos almacenados en bibliotecas, discos duros o discos blandos, no dejan de ser datos si el potencial usuario carece de la posibilidad de encontrarlos. Y en la Red, con frecuencia, los sistemas de búsqueda de la información deseada dejan mucho que desear en cuanto a su eficiencia, imparcialidad, rapidez y precisión.

 

Pero logrado el acceso a los datos, y suponiendo que son oportunos y fiables, es necesario que sean inteligibles, punto d) y que no se encuentren formulados en la jerga científica o técnica que, valiosa para los que se encuentran inmersos en el tema, se transforman en lo que hemos denominado terrorismo académico para el profano que requiere la información.

 

Por último, y quizá lo más significativo, los datos tienen que tener valor de uso, punto e) para que el destinatario sea realmente un usuario y los datos se configuren como información.

 

Parece claro que si aceptamos lo antes expuesto, por la Red circulan muchos datos, pero no tanta información.

 

El potencial democratizador de la red, mediante la socialización de enormes cantidades de información, había sido ya previsto por Wiener. Pero no siempre se han previsto los riesgos y las paradojas que incorpora esta nueva tecnología. Sólo mencionaremos de pasada la capacidad manipulatoria de gran cantidad de mensajes (publicidad, propaganda), el riesgo que algunos de sus contenidos conllevan para ciertos segmentos etáreos, y, sobre todo, la desinformación sistemática sobre algunos temas vitales. Y es necesario decir que la posibilidad de interconexión simultánea y permanente podría llevarnos a la paradoja de la incomunicación por exceso de mensajes a emitir o recibir. Pero queremos hablar de un Interlocutor y no de un mero receptor. En el modelo de Emisor Medio Receptor, los contenidos de los mensajes, los códigos con que se expresan, el nivel a que se tratan los contenidos, la estructura de relato de los mismos y el momento de emisión, son definidos por el Emisor. Una primera consecuencia de este modelo es su bajo nivel de eficiencia, ya que no toma en cuenta al destinatario, ni sus características. Si, por otra parte, operamos con el modelo Interlocutor Medio Interlocutor, debemos tomarlo en cuenta y producir otro tipo de mensajes. El cambio de modelo implica un cambio en la localización del Comunicador. En el primer caso el comunicador (que no lo es tanto) se localiza con el Emisor y es éste, en general propietario de los medios, el que determina contenidos, códigos, nivel, estructura y momento. En el segundo caso el Comunicador se localiza manejando los medios entre los dos universos de Interlocutores; el minoritario o de decisores políticos o científico-técnicos, y el mayoritario o sociedad civil. Es claro que la Red favorece la interlocución y la permite a muchos que habían sido excluidos por los medios masivos, que responden a los intereses de los propietarios, no siempre coincidentes con los de la población. Es este potencial comunicativo de la Red el que debemos utilizar con eficiencia.

 

Pero el tema que nos interesa, en este documento, es otro. Cada vez que en el campo de la producción y uso de mensajes aparece una tecnología diferente e innovadora, esta tecnología conlleva grandes cambios en las formas con que se producen los mensajes. Basta ver como la imprenta de tipos móviles cambia las tipografías y en vez de las páginas trabajosamente iluminadas a mano y con tipos complejos y rebuscados (a veces en ello se basaba el prestigio del copista y su identificación por sus colegas) aparecen tipos mucho más simples y más funcionales para los modos de producción de las formas impresas. Del mismo modo, la aparición de nuevos y cambiantes sistemas de impresión de los diarios, lleva a la modificación de los tamaños y diagramación. En el caso de los mensajes audiovisuales el cambio desde las cámaras filmadoras, que podían llegar a pesar hasta setenta kilos, con las que se inician el cine y la televisión, hasta los teléfonos celulares actuales que no pesan más de medio kilo en el peor de los casos, van apareciendo gradualmente cambios en los lenguajes audiovisuales que aprovechan esos cambios en la tecnología. Aún no formalizados, a veces ni siquiera claramente percibidos, estos cambios se acentuarán gradualmente. Y no sólo por los avances y cambios tecnológicos, que no siempre son avances sino modas pasajeras, sino porque los nuevos lenguajes que las nuevas técnicas permiten llegarán a ser parte de nuestras culturas.

 

La Red nos ofrece un sistema único de circulación de mensajes, pero éstos se producen mediante cámaras de video, cámaras fotográficas o computadoras u ordenadores, y se reproducen en la pantalla de un ordenador o, mediante un cañón de proyección, sobre una pantalla de mayores dimensiones.

 

Aquí, de nuevo, aparece una paradoja. El 98% de los que generan mensajes escritos mediante un ordenador, para ser transportados por la Red, escriben con dos dedos. Sólo un 2% escribe al tacto y utilizando los diez dedos. Pero además se usa un teclado conocido como qwerty y vale la pena mencionar el por qué de dicho teclado. En el comienzo de las máquinas de escribir, desde luego mecánicas, las dactilógrafas alcanzaban elevadas velocidades de digitación, hasta el punto de hacerse necesario un teclado que obligara a una mayor lentitud e impidiera que una tecla golpeara a la que imprimía el tipo anterior debido a su escasa velocidad de retroceso. En los inicios de los sistemas de ordenadores se proyectó un teclado denominado Dvorak que facilitaba la escritura a una velocidad mucho mayor que los actuales. Ignoro las razones por las cuales nunca fue adoptado. Pero lo notable es que logramos una velocidad de transmisión nunca antes pensada, pero tardamos el mismo, o más, tiempo en construir el mensaje escrito.

 

Como es habitual, en términos históricos, son los jóvenes los que nos marcan nuevos caminos a seguir o explorar. A veces también algunos viejos. Cuando leemos un mensaje de los que circulan por la Red como mensajes elaborados y recibidos por jóvenes, nos encontramos con una ortografía que guarda poca relación con la que nos enseñan formalmente: k t prece?. Y ya hace algunos años, creo que a modo de provocación, García Marquez sugirió modificar la ortografía para simplificarla y tornarla más adecuada a los nuevos medios. No cabe la menor duda de que el castellano tiene puntos muy particulares en su ortografía oficial. La diferencia entre v y b es casi insignificante. El porqué hay que usar la zeta con la a, la o y la u, mientras que obtenemos el mismo sonido con la c la e, y la i, siempre me han llamado la atención. En castellano tenemos la suerte, al menos, de que existe una buena correspondencia entre lo que se escribe y su pronunciación, pero también existen numerosos casos en los cuales las excepciones casi superan a la regla. Del mismo modo el que los modernos teléfonos celulares estén dotados de cámara fotográfica y limitada capacidad para operar como cámaras de video, comienza a hacer aparecer un nuevo estilo de tratamiento audiovisual que, es posible, en un futuro no muy lejano, lleguen a configurar lenguajes específicos.

 

Pero el tema que más nos interesa es el del tratamiento formal, audiovisual, de los mensajes producidos mediante un ordenador y reproducidos mediante otro o mediante un cañón de proyección sobre una pantalla.

 

En primer lugar haremos algunos comentarios sobre el audio. Desde luego en los televisores domésticos siempre fue el patito feo. Una pantalla de veinte pulgadas operaba con un parlante elíptico de no más de tres pulgadas y una fidelidad de reproducción que iba de los ciento cincuenta a los dos mil ciclos por segundo. En los últimos años ha comenzado a mejorar y ahora tenemos sistemas de televisión dotados de un buen juego de parlantes. Pero no ha sucedido lo mismo con los ordenadores. Seguimos con parlantes diminutos, cuya calidad de reproducción exige un silencio ambiente casi total. Pero hablamos de un problema técnico que los fabricantes podrán modificar con poco esfuerzo.

 

Pero donde encontramos mayores niveles de ruido es en la construcción de los componentes icónicos, sean éstos imágenes o signos alfanuméricos.

 

Aquí una digresión para fundamentar los puntos siguientes. La comprensión de un mensaje se realiza mediante una secuencia de procesos. En primer término la percepción, a cargo del Sistema Nervioso Periférico Sensorial, con la transformación de los estímulos (electromagnéticos o mecánicos según se trate de la vista o el oído) en señales nerviosas. A continuación un proceso complejo de tratamiento de dichas señales mediante redes neuronales y del establecimiento de nuevos contactos sinápticos al interior de las mismas o entre redes diferentes, hasta llegar al neocortex, encargado de los procesos superiores de pensamiento. Este proceso requiere un enorme gasto de energía y no podemos olvidar que el cerebro, dos a tres por ciento de la masa corporal de cualquier persona, recibe el veinticinco por ciento de todo el flujo sanguíneo que bombea el corazón y consume el veintitrés por ciento de toda la energía que gasta una persona. El tratamiento de las señales nerviosas apela a nuevos contactos y a los preexistentes y, además, vincula las redes dedicadas al tratamiento de los estímulos que conllevan  información cognoscitiva con aquellas que tratan los afectos. Esta vinculación es la que puede o no generar una actitud positiva para el tratamiento de los nuevos estímulos. En su etapa final el procesamiento se traduce en la instalación, como conjunto de nuevos contactos sinápticos, de un dato, o una información, o un concepto abstracto, o una habilidad intelectual. Si, además, el estímulo recibido y procesado, lleva a la realización de algún tipo de acción poniendo en actividad el sistema nervioso periférico motriz, se producirá un refuerzo en los contactos sinápticos creados y el nuevo precepto podrá quedar instalado en forma permanente.

 

Es claro que estos procesos consumen energía y que dicho consumo produce fatiga. Es decir, si los estímulos no contienen información y el cerebro debe igualmente procesarlos hasta descubrirlo, nos encontramos en presencia del ruido comunicativo, que incrementa la fatiga y reduce la comprensión de los estímulos que contienen información.

 

Si pretendemos, y la tendencia parece confirmarlo, que la Red se transforme en un instrumento de democratización, educación y potenciación de toda la población, debemos tomar en cuenta lo antes expuesto en el momento en que preparamos los mensajes, pensando en aquellos a quienes están dirigidos y en algunas de sus características, junto a las de los instrumentos con los cuales vamos a producir, procesar, conservar y reproducir dichos mensajes.

 

Es decir, la reducción del ruido, el incremento en dB de la relación señal/ruido hasta un nivel tal que la mayor parte de los estímulos que deben procesarse correspondan a señales y la mínima parte al ruido.

 

El diseño de la mayor parte de los mensajes tiene implícitamente la suposición de que serán observados en forma individual, en la pantalla de un equipo que, hasta hace poco tiempo, tenía dimensiones que oscilaban entre veinte y setenta y cinco centímetros de tamaño diagonal. Por lo tanto los criterios de generación de signos eran similares a los utilizados en cualquier texto escrito, esté o no acompañado de imágenes. Pero algunas veces el mensaje ha sido preparado para ser observado por un grupo y, aún así, los criterios de diseño siguen siendo los anteriores. Cuando observamos una presentación mediante el uso de Power Point, es frecuente que se la construya con más de treinta o cuarenta renglones. El resultado es que los observadores dejan de leer el texto a partir de la cuarta fila. Pero también es frecuente que esas líneas se presenten con signos negros sobre fondo blanco. Es decir, la información que llevan los signos carece de estímulo y el mayor estímulo que recibe el ojo del observador carece de información. Nada más fácil que componer mediante signos claros, amarillos por ejemplo, sobre fondos oscuros, que bien pueden ser azul o verde. Logramos así que el estímulo acompañe la información y que la fatiga en el proceso de percepción se reduzca al mínimo. Desde luego hay que modificar la relación si tratamos de imprimir un mensaje largo, ya que el costo de la tinta del fondo oscuro haría ineficiente dicho tratamiento.

Tampoco es aconsejable el uso de tipos rebuscados, cuyo caso límite se encuentra en la letra gótica, ya que dificultan la lectura y generan más fatiga. Y tampoco es recomendable el uso de códigos, verbales (aunque escritos) e icónicos que no formen parte de la cultura del destinatario.

 

Es decir, si queremos que la Red cumpla la función de informar a los ciudadanos, con el objetivo de que sus decisiones sean más correctas en función de sus intereses, debemos cautelar la producción de dichos mensajes, para que su percepción y comprensión se vean facilitadas y no obstaculizadas. Lo mismo debe darse cuando usamos la  Red para procesos de comunicación.

 

Esta cautela tiene que ver con las formas y modos en que se construyen los mensajes, pensando en el destinatario y en sus capacidades más que en expresar nuestros gustos o caprichos. Ello puede significar una gran reducción de los niveles de ruido, un incremento de la relación expresada en dB, un menor gasto de energía en todos los procesos neurales que conducen a la formación de preceptos y, por lo tanto, una mayor y más fácil comprensión de los contenidos de los mensajes. De más está decir que si los mensajes son de comunicación, es decir, construidos en conjunto por dos o más interlocutores, lo anterior mantiene su vigencia.

 

De lo dicho anteriormente se llega a la conclusión de que la estética que debe marcar la producción de mensajes de Información y Comunicación es otra estética de la que rige la producción de mensajes de autoexpresión (es decir, con  pretensiones artísticas) y mensajes de manipulación (publicidad). El elemento fundamental de los mensajes que pretenden comunicar o informar es la claridad. Y esta claridad tiene tanto que ver con los códigos utilizados como con el tratamiento formal de los mismos para facilitar la percepción y la comprensión del mensaje con el mínimo nivel de esfuerzo y, por lo tanto, con la menor fatiga. Pero, además de la claridad, se requiere de un nivel básico de eficiencia, es decir el uso de toda la superficie informativa disponible en la pantalla en que será visto el mensaje. Del mismo modo que nadie ha escrito y sería dificultoso leer un libro que contuviera una sola palabra por página, la no utilización de gran parte de la pantalla implica bajos niveles de eficiencia, tanto en la producción como en la percepción de los mensajes.

 

Si pretendemos que la Red se aproxime al sueño de muchos de los que la crearon, de instrumento de democratización y participación, no es suficiente disponer de instrumentos (desde computadoras hasta satélites y servidores) sino que necesitamos considerar al usuario de los mensajes de información como un interlocutor. Y, claro está, sólo entre interlocutores puede realizarse un proceso de real comunicación. Para facilitar, tanto la Información como los procesos de Comunicación, debemos considerar al usuario como interlocutor y producir los mensajes con formas acordadas con él. Hacerlo así significará un incremento sustantivo de la eficiencia de ambos procesos.

 

 

J. Manuel Calvelo Rios

Santiago, Abril del 2010.