En nuestra cultura el inicio de la formalización de las artes escénicas se encuentra en el teatro griego, sin ignorar el significado de las competencias deportivas y otro tipo de convocatorias sociales en las cuales los elementos artísticos, bélicos, sociales y de competencia estaban inextricablemente ligados.
El teatro griego plantea dos géneros: la tragedia, expresión de los más profundos dramas y pasiones propios de la relación de los dioses del olimpo con los mortales, y la comedia, expresión de lo cotidiano; sátira, crítica de costumbres, desnudez de los que mandaban frente a los mandados.
En ambos casos, la estructura física es diferente. La tragedia se representa en un anfiteatro con dos áreas definidas: actuación y público. Su diseño, sobre todo desde el punto de vista acústico, es adecuado a la masividad de los espectadores. Se añadieron los coturnos, zapatos de plataforma elevada, para incrementar la presencia física, y, suponemos, la impostación de la voz y los gestos se adecuaron también a la masividad.
La comedia, aunque también representada en el anfiteatro, gana la calle. Un rincón, una plaza, son el escenario menos jerarquizado y sacramentalizado en que las ácidas críticas cotidianas a los personajes de turno, representan ya no el drama de los dioses, sino el de los comunes mortales. Cambia también el lenguaje, y el desenfado del mismo, suponemos iba acompañado por rasgos similares en lo gestual.
En ambos casos se encuentra un rasgo que llega hasta el teatro de principios de este siglo: la unidad espacio-temporal.
Este teatro es llevado a Roma donde, a pesar de algunos cambios y adecuaciones, se mantienen los elementos básicos estructurales que ha heredado.
Durante la edad media, entre autos sacramentales y mester de juglaría, vemos reproducirse con las necesarias adecuaciones, el mismo planteo del teatro griego.
En el renacimiento se produce un retorno a los modelos temáticos del teatro anterior. Se modifican y experimentan nuevos elementos formales, y la forma en el teatro es un elemento de gran importancia, pero las bases no se modifican.
Recién en las primeras décadas del siglo XX irrumpen en el teatro modificaciones sustantativas. Grotowsky, Brecht, Nemirovitch Denchenko, Vachtangov y muchos otros, y en parte a través del contacto con formas teatrales orientales, inician y consolidan un proceso de cambios en el lenguaje teatral. No es menos cierto, también, que los avances técnicos (iluminación, sonido, efectos) facilitan este proceso renovador. Aparecen la multiplicidad de acciones en la escena, se quiebra la unidad espacio-temporal, aparecen los retornos temporales, se inician las actuaciones en escenarios circulares centrales, rodeados por el público, se ponen en evidencia ante el espectador elementos antes celosamente guardados como el maquillaje y los cambios de vestuario. A veces, incluso, se inicia un cierto nivel de interlocución con los espectadores. Uno de los ensayos más valiosos es, quizá, el intento de utilizar elementos que siempre correspondieron a la tragedia, para un público "selecto", en obras dirigidas a otro tipo de público, al cual se ha reservado siempre la comedia.
Pero el cine, como instrumento de registro fotoquímico de imágenes visuales, nace antes de que estas innovaciones en el lenguaje teatral aparezcan o alcancen su madurez.
Y el cine - cuando además de ser simplemente testimonio de los aconteceres reales, inicia sus primeros pasos para convertirse - al menos presuntamente - en arte, retoma los elementos del arte más próximo: el teatro.
Las primeras obras cinematográficas con pretensiones artísticas son, desde el punto de vista del lenguaje, teatro visto desde la cuarta fila y a través de un orificio. La cámara cinematográfica reemplaza simplemente el ojo del espectador, quieto y fijo a su butaca, sin desplazamiento posible.
Y fue lógico que así sucediera en las etapas iniciales, ya que no existían otros referentes que no fueran los de la escena teatral. Tanto es así que incluso gran parte del lenguaje técnico cinematográfico tiene sus raíces en el lenguaje técnico del teatro.
Persiste un área de actuación y un área de expectación. Persiste la unidad espacio temporal y persiste la actuación de tipo teatral, acentuada por una característica técnica del cine primigenio: la falta de sonido, que obliga a una gestualidad que lo reemplace.
Gradualmente, sin embargo, en un conjunto de investigaciones operativas, prácticas, con bajos niveles de formalización teórica, comienzan a aparecer nuevos elementos de lenguaje facilitados por el dominio del instrumental técnico.
Desde el ingenuo truco de la desaparición de personajes, descubierto por casualidad durante una filmación interrumpida por accidente, hasta la modificación de la posición de la cámara. Aparece el plano; el espectador ya no está quieto en una misma butaca, la cámara, con sus desplazamientos y reemplazando sus ojos, cambia de fila, de número. Abarca más o menos elementos de la acción basta que un día la rodea y la mira desde, lo que antes era, detrás. Comienza a quebrarse la relación estética que imponen las áreas de acción y observación; dichas áreas se confunden e intercambian.
Las elipsis temporales, primero indicadas por el árbol que pasa de las flores a las otoñales hojas que lo dejan desnudo, o por el almanaque que deja caer uno a uno los días, finalizan simbolizadas por un fundido encadenado y, más recientemente, gracias al nivel de cultura audiovisual alcanzado por los espectadores, por un simple corte directo.
Y al cambiar el plano, cambia la actuación. La que era teatral, ampulosa, para llegar hasta el último espectador, se transforma en intimista, delicada, ya que la cámara - el ojo del espectador - puede observarla de cerca.
Pero el elemento fundamental que introduce el nuevo lenguaje cinematográfico, aún antes de la incorporación del sonido y el color, es el montaje. La creación del montaje, como resultante de las disponibilidades técnicas y la creatividad de los cineastas, significa la aparición de una nueva sintaxis: la del lenguaje audiovisual. La conservación, en un soporte fotoquímico, de lo acontecido en una escena es el primer factor técnico que permite la aparición de un nuevo lenguaje, ya que sólo así es posible una modificación total del orden temporal y la integración de momentos percibidos desde ángulos y posiciones diferentes.
Cuando el cine ya ha logrado desprenderse de los elementos de lenguaje teatral que lo frenaban en su desarrollo, y cuando ya ha recorrido un largo camino en el establecimiento de su propia sintaxis, aparece la televisión.
Pero aparece con un factor limitante de carácter técnico que va a marcar su propio desarrollo y el de su lenguaje: inicialmente la televisión carece de soportes en que almacenar, registrar, conservar, sus imágenes audiovisuales. Para ello no tiene más alternativa que recurrir a los soportes fotoquímicos utilizados por el cine.
Es por ello que la televisión, inicialmente con transmisiones en directo, vuelve atrás en materia de lenguaje y retoma lenguajes teatrales clásicos, que el mismo teatro ya había comenzado a superar.
Sólo más tarde, en la década del cincuenta, aparecen los magnetoscopios con capacidad de almacenar imágenes audiovisuales sobre soportes electromagnéticos.
Podría pensarse que, a partir de ahí, la televisión tal como lo hizo el cine en su momento, elaboraría su propio lenguaje. Pero no fue así.
Si el cine es, fundamentalmente, una industria del arte, si tal contrasentido puede darse, la televisión se mantiene como una tecnología bastarda que con frecuencia ni siquiera alcanza el nivel de industria.
Todavía la mayor parte de los programas que vemos en televisión usan este instrumento como un ducto con capacidad de masividad simultánea. Son todavía pocos los programas que, transmitidos por televisión tienen un carácter específico. La información no es muy diferente de la que se veía en los noticieros cinematográficos de hace cuarenta años, al contrario, lo habitual es escuchar informativos radiales con imágenes de fondo. Las telenovelas, además de recordar las películas seriadas o en episodios de la década del 40, se han limitado, en general y con escasas pero excelentes excepciones, a retomar el lenguaje teatral.
Sorprendentemente ha sido en la función de ducto, y gracias a los aportes tecnológicos, donde han comenzado a aparecer atisbos de lenguajes específicos. Las transmisiones de carácter deportivo comienzan a demostrar (excluyendo, desde luego, los locutores de fútbol y otros comentaristas deportivos) un uso especifico y propio de las posibilidades instrumentales. La revisión en (lo que erróneamente se llama) cámara lenta de los gimnastas de las olimpiadas, descubre nuevas dimensiones estéticas que pocas veces son utilizadas para recrear otras artes escénicas como el ballet o la danza contemporánea.
No sabemos que exista algún grupo de estudio o centro de investigación que trabaje estas áreas del lenguaje audiovisual de la televisión, y su no existencia va a significar un retraso en la formulación de un lenguaje específico.
Y, antes de que la televisión manifieste su lenguaje propio, si es que éste puede y debe existir, irrumpe en la realidad cotidiana un nuevo instrumento; el video.
Subproducto de necesidades comerciales y de resultados de la investigación científico-técnica, el video no es, repetimos, ni una televisión "chiquitita" ni "subdesarrollada". El video es un instrumento que, aunque basado en los mismos principios técnicos que la televisión, es radicalmente diferente de aquella. Que, como instrumento diferente, llegará a estructurar su propio lenguaje, parece inevitable. Pero, por ahora, los videístas, videastas o "vidiotas", se limitan a una reiteración de lo que ven en la televisión; a fin de cuentas los dos productos pueden verse en la misma pantalla!. Sin embargo, ya han comenzado a aparecer intentos de investigar nuevas formas de construcción de mensajes audiovisuales. Ya hay festivales, concursos, reuniones, convocatorias, que estimulan los avances.
Por nuestra parte, enfrentamos un penoso problema que debemos solucionar. Y no es solamente la actual inexistencia de un lenguaje propio del video, y que la búsqueda es incipiente, sino que el uso instrumental que nosotros le damos tiene poco que ver con su potencial artístico, afectivo o de autoexpresión. Nuestro objetivo al usar el video, es utilizarlo como instrumento didáctico, para procesos de enseñanza destinados al aprendizaje. Nuestra búsqueda de un lenguaje se basa en nuestros propios supuestos pedagógicos y en un manejo del instrumento que implica el abandono de criterios estéticos, artísticos, de expresividad, afectivos, para buscar y afirmar criterios para compartir información cognoscitiva mediante un lenguaje verbal e icónico denotativo y monosémico, que no permita efectos contraproducentes por interpretaciones erróneas.
Y ahora, ya en pleno siglo XXI, la aparición de la Red, de la telefonía celular y de las cámaras incorporadas a los teléfonos, nos permiten predecir la aparición de nuevos lenguajes, escritos y audiovisuales, ya que contamos con nuevos instrumentos para ello.
De todas formas, tanto las expresiones (a veces artes) escénicas como las audiovisuales, marcan diferencias sustantivas con los lenguajes orales y escritos. La mayor de estas diferencias tienen que ver con el hecho de que los lenguajes orales y los escritos son unidimensionales, si bien los últimos permiten la reiteración y la vuelta atrás que el lenguaje oral no permite, en tanto que los lenguajes escénicos, además de las tres dimensiones de la escena, añaden la dimensión temporal. En el caso de los lenguajes audiovisuales, hasta el momento se trabaja con las dos dimensiones del plano de la pantalla, más la dimensión del discurso o pista sonora, ambos dentro del flujo temporal. En parte esa es la razón de que los mensajes audiovisuales tengan una densidad informativa mucho mayor que cualquier otro tipo de mensaje.
Como es habitual, la aparición de un nuevo instrumento genera mitificaciones y satanizaciones. Hasta un filósofo de la talla de Platón comenta que la aparición de la palabra escrita va a reducir las capacidades intelectuales de las personas, que ya no van a necesitar el uso de la memoria.
El lenguaje oral nace como parte del proceso de humanización de ciertos tipos de antropoides, ya que ser humano o persona sólo es aquel que puede convivir en sociedad. Ponerse de acuerdo para la cacería, para la distribución de las presas, para la delimitación de las áreas de recolección, requiere del lenguaje. Y no sólo del verbal, sino y con gran importancia, del gestual. No siempre somos conscientes del valor e importancia comunicativa de nuestro cuerpo y de su gestualidad, pero este lenguaje permite compartir emociones y afectos casi mejor que la prosa o poesía más elaborada.
La aparición del lenguaje escrito responde, asimismo, a necesidades de grupos humanos que quieren conservar para la posteridad aquellos elementos básicos de los mensajes orales que intercambian. Pero la palabra escrita pertenece en sus inicios, y siguió perteneciendo durante mucho tiempo, a un grupo social determinado: siempre el grupo dominante. Es por ello que la palabra escrita tiene en sus comienzos un carácter casi mágico y es manejada por grupos reducidos, siempre vinculados al poder.