Como derivada de los modelos perceptivos del ser humano y de la intermediación tecnológica, aparece una serie de pautas que, fundamentadas en ciertas características de dichos procesos y de los instrumentos intermediarios, rigen algunos de los procesos productivos. No son leyes, ni divinas ni arbitrarias, que se imponen, sino el resultado de priorizar por sobre cualquier elemento formal de carácter estético, la claridad que debe tener un mensaje, sea pedagógico, científico o de comunicación para la organización participativa. Es decir, la claridad imprescindible en un mensaje de comunicación para el desarrollo.
Buscamos utilizar con la mayor eficiencia el espacio informativo disponible, sea en una pantalla de televisión, en un monitor de computadora, en un pizarrón, un diario mural, en un parlante o un cartel. Buscamos reducir el ruido y obtener la máxima intensidad de la señal, no para gritar (ya que como dice A. Yupanqui, "el que se larga a los gritos, no escucha su propio canto") o ser más potentes, sino para facilitar la comprensión de los mensajes. Buscamos dar legibilidad sin fatiga, para facilitar la comprensión.
Este capítulo de normas de producción se dedica, básicamente, a los mensajes audiovisuales producidos con equipos de video y reproducidos en monitores o televisores. Pero los fundamentos de estas normas tienen vigencia y utilidad al producir casi cualquier tipo de mensaje, independientemente del instrumental o los soportes que utilicemos.
Márgenes de Seguridad
Cuando, a ojo desnudo, miramos alrededor para fijar nuestra atención en un punto y verlo, no existen casi restricciones al área que abarca la mirada. Podemos girar la cabeza, el cuerpo, y llevar nuestra atención hacia puntos que se encontraban en la periferia. La percepción de conos y bastones, las indicaciones llevadas al cerebro y las órdenes que éste envía a los músculos correspondientes, permiten concentrar la imagen de aquello que queremos ver sobre la fóvea.
Cuando producimos una imagen audiovisual y la observamos en la pantalla del monitor o del televisor, aparecen restricciones derivadas de la tecnología.
Como ya vimos la imagen es producida por un pincel, o haz de electrones (tres si se opera en color), que se proyecta en forma de barrido lineal, alternado y entrelazado, y con diferentes intensidades para cada punto de dichas líneas sobre los diversos puntos de la pantalla que emitirán luz en proporción a la intensidad del haz. Pero antes de llegar a esa etapa de reproducción hubo que transformar la luz que llegó al tubo, o al sensor, en variaciones de uno de los parámetros de la corriente eléctrica; a continuación esas variaciones fueron llevadas, ya como energía magnética, a una cinta; en general la cinta ha sido editada, con lo que llegamos a una segunda generación; de la matriz se hace una submatriz y, de ella, las copias. Estamos ya en una cuarta generación de señales. En todos esos procesos pueden introducirse errores. La estabilidad de los equipos modifica ligeramente algunos elementos. En resumen, la imagen final que observamos en pantalla no es, necesariamente, lo que la cámara observó y lo que el comunicador vio en el visor de la cámara.
Además, el tubo de imagen es curvado y, en general, el haz o los haces electrónicos no dibujan su imagen inscripta en el área de pantalla que vemos, sino que extienden la exploración a las zonas ya curvadas y que están enmascaradas, o tapadas, por el marco del mueble. A esto se lo conoce como "sobreexploración", y solamente en algunos monitores de los centros de control es posible encontrar que la imagen ocupa el centro de la pantalla como un rectángulo y deja ver bordes sin imagen.
Por todo ello no podemos esta seguros de que informaciones que se encuentran en los bordes de la imagen que vemos en el visor, vayan a ser también vistas en la pantalla de reproducción. Por lo tanto, cuando hacemos los registros, debemos respetar un "margen de seguridad", es decir, una franja arriba y abajo, derecha e izquierda, en la cual no debemos colocar ninguna información imprescindible, ya que no hay garantía de que al reproducirla sea visible.
Este margen de seguridad es de, aproximadamente, el 5% de cada dimensión, si bien cada vez más los equipos ofrecen mayores niveles de estabilidad y dicho margen se va reduciendo con el tiempo.
Habrán observado más de una vez, en películas o programas subtitulados, vistos en un televisor, que las primeras y las últimas letras de una línea quedan fuera del área de la pantalla que podemos leer. Es el resultado de no haber respetado el margen de seguridad durante el proceso de titulación.
Contrastes.
Nuestros ojos perciben el mundo exterior porque en él existen objetos que emiten luz, u objetos que reflejan la luz emitida por otros. La luz, emitida o reflejada, llega a la retina y ahí se inicia la conformación de las imágenes. Dejamos de lado el análisis fino de las funciones diferenciales de diversos haces neuronales, al parecer especializados en la percepción del movimiento, de las diferencias de forma, etc., y vamos a considerar el proceso global.
Percibimos un objeto que emite luz porque a su alrededor hay otros que no lo hacen. Podemos percibir una estrella contra un fondo oscuro, pero cuando la densidad de estrellas aumenta ya no percibimos una estrella sino un cúmulo en el cual no es posible diferenciar ninguna.
Percibimos un objeto que refleja luz por dos razones. La primera es que las diversas partes que lo integran reflejan cantidades diferentes de la luz que reciben. La segunda es que sus diversas partes reflejan luz de diferentes calidades o colores. Lo más frecuente es que los varios elementos que componen un objeto reflejen diferentes cantidades y calidades de la luz que les llega desde una fuente de iluminación.
A estas diferencias de cantidad de luz, o de color, es a lo que denominamos “contraste”. Dos cuerpos que no tienen contraste entre si, no son diferenciables.
El camuflaje que practican algunos animales, insectos, reptiles y militares, tiene como objeto reflejar la luz que reciben con los mismos colores e intensidades que tienen los objetos que los rodean, de forma tal que se mimetizan con el ambiente y no son diferenciables del fondo sobre el que se encuentran. Es decir, han reducido los contrastes que permitirían identificarlos al diferenciarlos del contexto.
El ojo tiene una formidable capacidad para diferenciar tanto intensidades como colores, si bien para los últimos encontramos un alto porcentaje de la población que sufre de daltonismo, total o parcial, que le impide diferenciar algunos de ellos. Pero, cuando los contrastes son débiles, el ojo y el cerebro deben realizar un procesamiento más cuidadoso de los estímulos para lograr la diferenciación necesaria. Y cuando los contrastes son excesivos, aparece un proceso de fatiga en la percepción de los estímulos más fuertes. En ambos casos estamos haciendo más difícil la percepción de los sujetos u objetos, o si el contraste es excesivo, impidiendo la percepción de las partes con menor estímulo. Sea como fuere, tanto el exceso como la carencia de un nivel adecuado de contraste dificultan la percepción, incrementan la fatiga y atentan contra los procesos de aprendizaje.
Los equipos intermediarios no tienen, aún, la llamada "latitud" de percepción del ojo. Sus márgenes para procesar contrastes débiles o excesivos, son mucho menores de los que conocemos a ojo desnudo. En las cámaras y en los tubos de imagen que operan con un pincel electrónico y señales moduladas analógicamente, el paso de una zona de alto nivel de luz a otra de un nivel mucho más bajo, no puede ser procesada con toda corrección y aparecen imprecisiones en los bordes de contacto, o "fantasmas" que proyectan parte de la zona más luminosa sobre la más oscura. Este fenómeno vuelve imprecisos los límites entre las diferentes partes y dificulta la comprensión de las formas. Aún en los equipos digitalizados, con sensor y reproducción en pantallas de cristales líquidos, un exceso de contraste produce cierto nivel de imprecisión en los bordes de contacto. Pero, además, y hasta el momento, el procesamiento electrónico de los tonos saturados, sobre todo el rojo, presentan dificultades adicionales por razones estrictamente tecnológicas.
Por todo lo dicho anteriormente, tanto cuando registramos una realidad reproducida, en general en exteriores, como cuando grabamos realidades producidas, en condiciones ya mucho más controladas de interiores, o estudio, debemos cautelar los contrastes en los sujetos u objetos que tienen la información que deseamos compartir con otros a través del programa.
Si son los estímulos los que, por contraste con la carencia o debilidad de otros, van a ser procesados por el sistema nervioso, cada vez que producimos signos alfanuméricos, o dibujos de una gráfica, los signos y los dibujos deben tener un estímulo luminoso más fuerte que el fondo sobre el cual los dibujamos. Símbolos luminosos sobre fondos oscuros, sin estímulo. De esta forma logramos que el estímulo acompañe a la información y reducimos la fatiga en el proceso de percepción. Lo aconsejable, por experiencia, son los siguientes contrastes entre los signos y el fondo:
Símbolo Fondo
Amarillo claro Gris medio, azul oscuro
Verde claro Gris medio, naranja pálido
Naranja Azul oscuro, gris medio
Azul pálido Rojo oscuro, gris oscuro
Amarillo Verde oscuro, rojo oscuro
Debemos tomar en cuenta, y experimentar lo necesario para comprobar empírica y sensorialmente, que los colores que no son puros y han sido construidos por adición de otros, no siempre son percibidos por el equipo electrónico de la misma forma que los percibe el ojo desnudo. Y también debemos saber que, salvo en equipos de muy alto costo, de compra y mantenimiento, no existen dos equipos que den idéntica reproducción de los colores.
Resulta evidente, además, que si percibimos a partir del contraste entre límites, o por diferencia de contraste, el cuerpo de los signos, es decir el grosor con que debemos trazarlos, debe favorecerlo y no impedirlo.
Legibilidad
Cuando se nos enseña a leer, sea partiendo de reconocer las letras y agruparlas para obtener fonemas y palabras, o bien partiendo del reconocimiento de frases completas, aunque simples, para después analizar sus elementos constitutivos, se lo hace compartiendo implícitamente ciertas pautas y condiciones. Las primeras letras son grandes y simples. Las primeras frases son sencillas y breves. A partir de su asimilación, se avanza en los niveles de complejidad en forma gradual y creciente.
Atados como estamos a ciertos procesos tecnológicos, usamos papel blanco y tintas oscuras, de tal forma que recibimos gran cantidad de estímulo de luz reflejada por una superficie que no nos dice nada. Es la carencia de estímulo la que debemos leer como signo o símbolo. Ya hemos visto al hablar de los contrastes la forma más eficiente de lograrlos en función de reducir la fatiga de la lectura.
Hemos visto también cómo la intermediación tecnológica introduce sus propios niveles de ruido tanto en la producción como en la reproducción de los mensajes. Esto vale, con mayor razón, para los textos y gráficas que debemos producir. Pero esta intermediación también nos ofrece algunas oportunidades que debemos aprovechar. Una de ellas es que podemos poner las cosas en "blanco sobre negro" haciendo coincidir el estímulo con la información, y no, como es habitual, en "negro sobre blanco".
Hemos definido el "área de visión distinta" frente a una pantalla de televisión y, en función de ella, la cantidad de participantes en la observación de un programa.
Las normas de legibilidad tienden a asegurar que, independientemente del grado de acuidad visual, de las diversas limitaciones en la vista que pueden tener los participantes, y de las condiciones particulares de observación (luz ambiente), todo texto y toda gráfica que colocamos en la pantalla, son perfectamente distinguibles, sin fatiga, en toda el área de visión distinta.
En general, la pantalla admite un máximo de ocho renglones o líneas dentro de los márgenes de seguridad. Cada línea no debe tener más de veintidós signos, incluidos los espacios, en los mismos márgenes. Desde luego hablamos de una pantalla de televisión, y no de la dedicada a la observación de diapositivas o cine.
Pero no es sólo un problema de cantidad, sino también de calidad y de tiempo, lo que torna más o menos legibles los números, letras y símbolos gráficos.
El diseño gráfico, o tipografía, desempeña un papel importante en la legibilidad. En forma experimental hemos comprobado que los tipos conocidos como "Medio siglo" (mid century) son los que menos deformaciones sufren durante el procesamiento electrónico y los que más fácil hacen el reconocimiento y lectura. La tipografía que usamos en este texto, Arial, es bastante legible y clara, pero sin duda este otro tipo no es tan legible y lo percibimos de inmediato. La comparación entre los niveles de legibilidad nos proporciona algunas pautas. La letra debe tener la mayor simplicidad posible, el mínimo de adornos y arabescos, un cuerpo adecuado y, desde luego, el contraste correcto con el fondo, tal como vimos antes.
Cada vez que obligamos al cerebro a procesar una información con ruido, hasta que logra aislar los elementos significativos de los accesorios o gratuitos, debe realizar un esfuerzo que se resta al que buscamos que realice.
Las letras deben mantener entre sí una separación tal que se pueda evitar el "contagio" que es posible que introduzca el pincel electrónico. La separación entre líneas debe ser, al menos, el 75% del alto de la línea, medido entre el punto más alto de, por ejemplo, una "T" y el punto más bajo de, por ejemplo, una "p".
En general un texto debe permanecer en pantalla un tiempo equivalente a tres veces el lapso de su lectura. Esta proporción puede, y debe, variar en función de otras características que veremos más adelante.
Lapsos
Cuando observamos un elemento conocido, o reconocible, un simple vistazo es suficiente para que las redes neuronales que procesan esta información la comparen con la memoria y decidan que el elemento se corresponde con un objeto mental ya existente. Pero cuando nos encontramos con una información totalmente nueva, o con muchos elementos desconocidos, el procesamiento neuronal requiere un lapso más prolongado.
Caminar por la ciudad en que habitamos requiere un grado mínimo de atención, más dedicada a los locos del volante que a otros datos, pero cuando caminamos por una ciudad a la cual recien llegamos, prestamos una atención cuidadosa al reconocimiento de los múltiples indicadores que nos facilitan el retorno al punto de partida.
El tiempo que debe permanecer una información, sea una imagen o un texto o una gráfica, en la pantalla no depende tan sólo de la cantidad. La mayor o menor familiaridad del destinatario del mensaje con la información que le estamos proporcionando, condiciona el tiempo que necesita para reconocerla íntegramente.
El conocimiento previo de los códigos culturales y los niveles de formación escolarizada del destinatario de los mensajes, nos permitirán colocar la información durante el lapso necesario para su completa identificación, y nos alejarán del riesgo de lapsos tan prolongados que se puede producir fatiga, bien por la ruptura de la coherencia del discurso, o bien por un simple proceso de aburrimiento.
En el caso de las abstracciones gráficas, deben tomarse en cuenta las mismas precauciones para que duren el tiempo necesario para su completa comprensión y no perduren más allá de dicho lapso.
La reiteración de algunas de estas informaciones permite, a veces, compensar una primera observación durante lapsos breves. Pero la reiteración debe ser usada, sobre todo, para reafirmar más que para comprender.
En el caso de gráficas complejas, su construcción paso a paso, en forma gradual y tranquila, facilita la comprensión del máximo nivel de complejidad que sea necesario alcanzar.
Densidad y lapsos
No resulta fácil definir, al menos cuantitativamente, la densidad informativa de un mensaje. Las variables propias del mensaje deben correlacionarse con las que presenta el destinatario. Pero forman parte de nuestra experiencia ciertas diferencias entre mensajes que podemos atribuir a su densidad relativa.
En un mismo texto encontramos párrafos que estamos obligados a releer, y otros que no lo requieren. Un cuadro de la época cubista de Picasso, requiere mucho más tiempo de contemplación que su paloma de la paz. Un cuadro de Bosch también necesita un lapso más prolongado de observación que uno de Van Gogh. Hay películas que sólo disfrutamos en forma total en una segunda observación, como sucede en general con las de Tarkovski, pese a que usa con frecuencia tomas-secuencia lentas y de larga duración. Existe mucha mayor densidad informativa en una catedral gótica que en una románica, y en la casa de un narcotraficante que en la choza de un campesino. Es mucho más denso el lenguaje de los leguleyos que el de las coplas, aunque no pueda decirse que aquel es más rico que el de éstas.
Durante la observación, la densidad, como relación que es, se establece en función del tiempo de observación del mensaje. Brevedad de información, re-conocimiento de la misma, reiteración de la información en el ícono y en la palabra, vinculación a las informaciones anteriores, son factores que reducen la densidad. Excesiva información, desconocimiento de la misma, brevedad de la exposición, falta de correlación explícita con otras ya conocidas, incrementan la densidad. Reducción o incremento reales si el tiempo de observación del mensaje es el mismo. Los lapsos adecuados y la reiteración son elementos que, finalmente, reducen la densidad del mensaje.
Es claro, entonces, que la duración de la toma o de la secuencia, no se establecen en función de parámetros pseudo-estéticos o de gustos personales, sino para reducir la densidad del mensaje hasta los niveles que permiten su comprensión con esfuerzos razonables.
Niveles de registro
Ya hemos visto que para una correcta percepción audiovisual debemos superar umbrales mínimos y no llegar al nivel del dolor. También vimos que las diferencias entre las mayores y las menores intensidades luminosas, en una misma toma, deben estar acotadas y limitadas.
Cuando se dispone de equipo de procesamiento de los parámetros electrónicos de los registros, es posible compensar excesos de contraste, o deficits del mismo, tal como al revelar y ampliar fotografías, la selección de la dureza del papel y del revelador, permiten un cierto nivel de mejoría con respecto a la imagen obtenida. Pero no siempre disponemos de ellos, por lo que debemos efectuar los registros de video siempre dentro de márgenes de visibilidad adecuados. Es decir, evitando contrastes excesivos en el plano abarcado durante la toma, eliminando los contraluces, mediante pantallas pasivas, aumentando la ganancia cuando la luz es escasa y colocando filtros neutros cuando es excesiva. Es cierto que podemos mejorar la imagen, en el momento de la reproducción, actuando sobre los controles de brillo y los de contraste, pero si mejoramos así una toma, la siguiente puede resultar, y en general resulta, fuera de las normas de inteligibilidad.
También podemos incrementar, amplificar, los elementos de la pista de audio, del mismo modo que es posible reducirlos, atenuarlos. Pero, en general, la amplificación siempre introduce un determinado nivel de ruido, cosa que no sucede con la atenuación. Por ello los niveles de registro de audio deben ser los máximos admitidos por el equipo, sin llegar nunca al límite de la distorsión, ya que si llega a ser necesaria la atenuación, el proceso no introduce nivel de ruido alguno. Cuando registramos con niveles bajos y la copia final los mantiene, estamos obligados a subir el volumen de reproducción a un nivel que puede provocar una seria distorsión en los parlantes.
Planitud y relieve
Una parte sustantiva del aprendizaje del niño consiste en la construcción mental de un mapa del mundo que lo rodea. En sus primeras etapas un elemento importante en la construcción de este mapa está dado por el tacto. El niño se lleva a la boca todo aquello que encuentra con las manos. En ese momento cualquier objeto ocupa un ángulo de visión grande, dentro del ángulo total. En algún momento el mismo objeto es percibido y deseado, pero se encuentra lejos. El niño tiende la mano y no lo alcanza. Y en ese momento el ángulo que ocupa en la mirada es menor que el que ocupaba cuando contactaba la boca.
Comienza así a codificarse que un objeto de tamaño conocido, a través del tacto, cuando es visto con un tamaño menor, es porque se encuentra fuera del alcance de la mano, es decir, lejos. Tamaño aparente y distancia relativa comienzan a formar parte de la percepción codificados en forma conjunta. Refuerza esta codificación la necesidad de modificar la curvatura del cristalino y la convergencia de los dos globos oculares para obtener una imagen nítida.
Sabemos ya que, en lo tocante al espacio, una de las diferencias básicas entre el de la realidad, tal como la percibimos a ojo desnudo, y su imagen, en la pantalla consiste en que la primera es tridimensional y la segunda plana.
En varios tipos de programas, y sobre todo en los destinados a procesos de enseñanza para el aprendizaje, el realismo confiere verosimilitud y ésta, a su vez, credibilidad. Por lo tanto debemos realizar esfuerzos para superar la planitud de la pantalla y reproducir en ella algunos elementos codificados que evoquen, recuerden o simulen, la tridimensionalidad del mundo real tal como lo percibimos a ojo desnudo.
Son varios los elementos utilizables. Desde luego desenfocar todo lo que no es el objeto o sujeto que conlleva información significativa. También podemos modificar la iluminación, para que el sujeto u objeto reflejen más luz que el fondo y sean más facilmente perceptibles. En las grabaciones en estudio, existe un componente de la iluminación, el artefacto que proporciona la luz de despegue, destinado a recrear sensación de relieve. En el caso de objetos inanimados, como edificios, construcciones, etc., realizar la toma con un ángulo que se aparte de la visión perpendicular (cero grados) al menos 35 grados, hará que las partes más próximas se vean ligeramente mayores que las más lejanas. Como sabemos que el edificio no se reduce con el alejamiento, contribuimos a recrear sensación de relieve.
Debido a su construcción y a las diferentes perspectivas que generan, el gran angular produce siempre mayor ángulo en las líneas de fuga, por lo que llega a exagerar el relieve, en tanto que el teleobjetivo tiende a achatar la imagen de los cuerpos tridimensionales, por el menor ángulo de las líneas de fuga.