Estas notas fueron sugeridas durante diversos procesos de interlocución con colegas, profesionales de la radio, preocupados por el presente y el futuro de sus actividades. Los análisis realizados no fueron exhaustivos, pero en ellos apareció una riqueza de experiencias y un nivel de compromiso tales que encontramos necesario formalizar algunos de los puntos que generaron discusión y plantearon incógnitas. En cierta medida todas las afirmaciones que se exponen son cuestionables y se refieren a promedios generales, a los que es posible, siempre, encontrar excepciones. Gran parte de las propuestas se basan, precisamente, en las excepciones encontradas.
La radio, como sistema de emisión y recepción de mensajes sonoros, tiene, aproximadamente, un siglo de existencia. Se fundamenta en las investigaciones de Hertz, descubridor de las ondas llamadas hertzianas, los trabajos de Bell y de Marconi y de muchos otros investigadores y técnicos.
Los resultados de estos trabajos nos permiten contar hoy con una amplia gama de frecuencias, o longitudes de onda, mediante las cuales podemos emitir mensajes y recibirlos en diversos puntos.
Hablamos de ondas largas, medias, cortas y ultracortas. En todas ellas se utilizan frecuencias portadoras, sobre las cuales se modulan, mediante variaciones de amplitud, o intensidad, los mensajes sonoros. Cada emisora efectúa sus transmisiones en una frecuencia determinada y el receptor debe ponerse de acuerdo con dicha frecuencia, o sintonizarse, para recibir la señal radioeléctrica (o electromagnética) y, de ella, obtener la información sonora.
Recientemente, en los últimos veinte años, las investigaciones y desarrollos tecnológicos permitieron el desarrollo de una nueva forma de transmisión: la de frecuencia modulada, en la cual la amplitud, o intensidad, permanecen constantes y se modula la frecuencia para que la señal electromagnética transporte la información sonora.
Todos estos sistemas transformaban las variaciones de energía mecánica (sonidos) en variaciones de energía electromagnética en forma analógica. En la actualidad ya comenzaron a operar sistemas que transforman la información sonora (intensidad y tono) en información digital que puede ser recuperada por el receptor y transformada de nuevo en información sonora (variaciones de energía mecánica).
En un determinado momento de esta evolución tecnológica, los estados , independientemente de su signo político y por razones bastante diferenciadas, tomaron el control de algunos aspectos de la radio. En casi todos los paises el espectro electromagnético es propiedad del estado, el que otorga concesiones para su uso y reglamenta gran parte de las características técnicas.
En sus etapas iniciales, el equipamiento para la emisión radial era sumamente costoso y, salvo el caso de los radioaficionados que durante bastantes años realizaron aportes sustantivos al desarrollo de las tecnologías y a la ampliación del espectro utilizable, en gran parte de los paises la radio se inició como un sistema con fines de lucro. Si bien la mayor parte de los estados se reservaron alguna frecuencia para disponer de radios oficiales, la mayor parte del espectro fué concedido a empresas privadas para su utilización comercial.
El sostenimiento económico de estas emisoras dependió, desde sus inicios, de la publicidad. Y para que la publicidad financiara las radios, estas compitieron por la amplitud de las audiencias. Se construyeron entonces programaciones que buscaban llegar a todos y en todo momento. Se ampliaron por lo tanto los horarios de emisión: a mayor cantidad de horas, mayor cantidad de mensajes publicitarios y mayores niveles de financiación.
Surge la competencia cuando las emisoras comienzan a ser rentables y la competencia tiende a ajustarse a la masividad del receptor: se busca el mínimo común denominador del gusto del público. Y el mínimo es realmente eso.
Se habla para todos sin decirle nada a nadie.
Sólo cuando los cambios tecnológicos antes mencionados permiten la aparición de radios a nivel local, éstas comienzan a atender algunas especificidades de sus radioescuchas y, en algunos casos, llegan a devolverle la palabra al mudo.
Y, el aumento de la competencia, lleva a considerar la segmentación de los receptores y a la aparición de emisoras especializadas: aquellas que sólo emiten noticias; las dedicadas a un determinado género musical, etc..
Si entendemos operativamente que la comunicación es el proceso de producción, a veces conservación, y reproducción de mensajes, podemos clasificar éstos en algunas categorías.
Manipulación, cuando el resultado potencial de los mensajes es útil para quién los produce y emite, pero no para quién los recibe.
Información, cuando el contenido de los mensajes tiene utilidad tanto para quién los produce como para quién los recibe. Estos mensajes contienen, básicamente, datos de la realidad externa a los receptores destinada a facilitar la toma oportuna de decisiones adecuadas.
Educación, cuando los mensajes tienden a, y facilitan, la generación de nuevas actitudes a nivel de la conciencia del que los recibe. En general coadyuvan a la formación de ciudadanos conscientes.
Capacitación, cuando los mensajes contribuyen a que quién los recibe, como participante en un proceso de enseñanza aprendizaje, comparta información, destrezas intelectuales y psicomotrices. Contribuye a la formación de ciudadanos productivos.
Por último, entendemos que son mensajes de comunicación aquellos que son construidos conjuntamente por ambos interlocutores, o grupos de ellos, y tienen como función básica la participación.
Es decir, en términos generales, existe comunicación si, y solamente si, los mensajes intercambiados entre los interlocutores son el producto de un proceso conjunto entre universos diferentes de interlocutores.
Queda claro que la radio, como instrumento de producción y reproducción de mensajes, es funcional, y a veces imprescindible, para procesos de información; es muy útil para procesos educativos; ve reducida su eficacia para establecer procesos continuos de comunicación; es sumamente ineficiente para procesos de capacitación; y es, desgraciadamente, muy utilizada para la manipulación.
De nuevo, es necesario añadir que los avances técnicos, plasmados en la aparición de radioemisoras locales, permiten cambios, sobre todo en el sentido de favorecer el uso comunicativo del instrumento.
El factor que más frena estos cambios potenciales se encuentra en el punto clave de todos los procesos de generación y uso de mensajes: la propiedad de los instrumentos y el personal que los maneja.
Desde el punto de vista de la propiedad encontramos un denominador común. Las radioemisoras son de propiedad privada y tienen objetivos generales de lucro. Se encuentran también, pero en escaso número, radios que no tienen dicho objetivo. Pertenecen a organismos del estado o, con frecuencia, a organizaciones religiosas o sin fines de lucro, pero deben autofinanciarse en la mayor parte de los casos.
Son las dos últimas categorías las que abren las ondas al diálogo, a la comunicación, y al uso de los mensajes para grupos rurales o indígenas.
A veces, aunque escasas, emisoras comerciales del área rural abren ventanas, o rendijas, a mensajes para estos destinatarios. Pero finalmente terminan pasando la factura a los organismos para los cuales, en principio, el servicio era gratuito.
Pero el problema fundamental, a nuestro entender, no se encuentra ahí. Los costos de una emisora local son hoy relativamente bajos, el equipamiento es fiable y los gastos de operación reducidos.
El problema se encuentra en los comunicadores radiales y en su formación. Los primeros operadores fueron siempre aficcionados, gente motivada por una gran diversidad de intereses, entre los cuales la fama, el prestigio y el lucro no estaban nunca ausentes. La comunicación, el compromiso social, el servicio a la comunidad se han encontrado siempre con mayor frecuencia entre los llamados radioaficcionados, que tienen una tradición de servicio de gran arraigo.
Las escuelas, sobre todo universitarias, de formación de personal para la radio (y nos estamos refiriendo al de realización y no al técnico) nacen tardiamente. Y los que enseñan son los que se formaron empíricamente y se autodenominan a si mismos profesionales. Las primeras escuelas son de locutores y hace sólo unas décadas comienza a formarse personal en las llamadas escuelas de comunicación.
Pero todavía el grueso del personal es de formación empírica, cooptado por razones de proximidad ajenas a su formación. En general basta insertarse en una red próxima al sistema, mostrar interés y dedicación, tener bajo nivel de reflexión autocrítica, proponer alguna innovación formal y, quizá, voz microfónica, para entrar al mundo de la radio. En general, también, un elevado nivel de superficialidad es casi una garantía, ya que significa un bajo nivel de crítica y cuestionamiento.
Estamos hablando de rasgos generales, pero no podemos ignorar algunos casos sobresalientes de hombres y mujeres con un elevado nivel de reflexión y compromiso con sus responsabilidades para los radioreceptores.
Ellos han hecho aportes notables y han permitido mantener en el aire emisiones que pueden enorgullecer a cualquier comunicador y han puesto en evidencia tanto el potencial del instrumento como la mediocridad de tantas supuestas prima donnas.
Y así llegamos al problema de la posibilidad de hacer comunicación radial para grupos rurales e indígenas, o étnicos, o intercultural.
En principio debemos decir que cualquier intento de comunicación con segmentos de población rural que utilice instrumental moderno, como la radio, es ya un intento de comunicación intercultural.
Pero, además, para que un mensaje sea de comunicación tiene que satisfacer ciertos requisitos:
a. Sus contenidos deben ser de interés, o satisfacer necesidades de, el receptor.
b. Sus códigos, verbales, suprasegmentales, etc., deben ser los del receptor.
c. La estructura de relato de los mensajes, debe corresponder a la del receptor.
d. El momento de emisión de el o los mensajes, debe responder a las posibilidades del receptor.
Es decir, debemos modificar la condición de receptor, pasivo, por la de interlocutor, activo y participante.
Hacemos la salvedad de que en los mensajes de caracter estrictamente educativo es necesario introducir nuevos códigos, pero basta que estos sean definidos para el receptor para no vulnerar los requisitos antes mencionados.
Pero la radio nace urbana, no rural. Pertenece y responde a los intereses y pautas de la etnia dominante, no a los de los grupos indígenas. Tiene fines de lucro, no de comunicación para la participación. Responde y sigue las líneas trazadas por las minorías dominantes, y no a las de las mayorías, o minorías, dominadas.
Uno de los resultados de la historia y evolución de la radio y de las características de las personas que la poseen y manejan es que, cuando se realizan intentos de producir radio rural o indígena se cae, casi en forma inevitable, en las pautas de la radio urbana.
Como decíamos a un grupo de la etnia mapuche, en Chile, que estaban haciendo radio huinca (blanco, perro) en idioma mapudungun.
O, como encontramos en México, un productor de un pueblo indígena que emitía la hora cada tres minutos. Imitaba una pauta, y quizá necesidad cultural, totalmente urbana, ignorando la dimensión temporal rural de su grupo.
Y, lo que es peor, horas y horas, dias y dias, meses y meses, años y años de este tipo de mensajes han creado radioadicción y es posible que hoy los radioescuchas, pasivos y manipulados, demanden lo que siempre han recibido y se extrañen, y hasta rechacen, otro tipo de lenguaje, estructura y programación que se les ofrezca.
Pero tenemos confianza en la inteligencia y capacidad de los grupos rurales e indígenas y planteamos, como hipótesis, que es posible y sustentable la existencia de emisoras rurales e indígenas como instrumento de comunicación para estos grupos.
Instrumentos que hablen en sus códigos, con sus estructuras, de sus intereses, sin dejar de lado las miradas globales imprescindibles en este mundo interconectado y global.
Creemos que cualquier intento en ese sentido pasa, imprescindiblemente, por la formación del personal, rural o indígena, en el conocimiento, manejo y uso de la radio para la generación, conservación y uso de mensajes. Formación que no debe repetir o imitar las pautas hasta ahora vigentes en las escuelas de periodismo o de comunicación, exclusivamente urbanas.
Un manejo que incluya, además de la demitificación de un instrumento tan ajeno a su propia cultura (para ponerlo a su servicio y no devenir esclavos del mismo), la identificación de los mensajes que interesan a los destinatarios, para transformarlos en interlocutores, el uso de sus propios códigos y estructuras, para tornar más eficiente el uso de los contenidos, y una estructura de programación que responda a los momentos más adecuados para el interlocutor.
Dijimos antes que el instrumental, cuyos costos se siguen reduciendo gradualmente, no será un obstáculo para hacer radio rural o indígena. Pero si parece necesario un breve comentario sobre el tema de la calidad técnica.
Los receptores de frecuencia modulada, cada vez de menor costo, ya están apareciendo en las áreas rurales. Puede aparecer un problema cuando, en un próximo futuro, las emisoras pasen al sistema digital. Ello puede significar en lo inmediato un incremento en el costo de los receptores. De ahí la necesidad de una adecuada selección de las tecnologías a utilizar con vistas al futuro.
El procesamiento de mensajes radiales está conformado, en términos generales, por tres etapas: la producción, o acopio, de los mensajes; la emisión; y la recepción.
De poco sirve una cuantiosa inversión en los equipos de producción (alta fidelidad, estereofonía) si la recepción se efectúa con una pequeña radio, en general no muy bien sintonizada, con un parlante de cinco centímetros. La calidad técnica final del mensaje está limitada por la etapa de menor calidad. Por eso no parece en verdad imprescindible grabar con Nagra, o Revox, o Ampex, y en cambio parece suficiente un equipo mucho más accesible por su menor costo, aunque carezca del prestigio técnico de aquellos.
Y cualquier radio rural o indígena podrá existir solamente si puede ser sostenida por aquellos grupos a los cuales está destinada. Y estos son, en general, los de menor nivel económico en nuestras sociedades.
La redefinición del concepto de calidad y la reducción de lo que hemos denominado terrorismo tecnológico, son elementos básicos para pensar en una radio rural o indígena sustentable.
De nuevo vale la pena insistir en que solamente un sólido proceso de formación del personal ofrece las garantías necesarias para poner en marcha y operar un sistema de radio que pueda ser un verdadero instrumento de comunicación para una real dinámica y reivindicación de las culturas rurales y de los pueblos indígenas.
Esta formación deben recibirla representantes de los propios grupos rurales o indígenas, si es posible en sus propias regiones con un contacto comunicacional permanente con sus futuros interlocutores. Y debe completarse con instrumentos y metodologías de seguimiento de su actividad y procesos de reforzamiento de sus capacidades y de adecuación realista de las nuevas tecnologías disponibles que favorezcan el desempeño de sus tareas.
Además de asegurarse que la formación recibida tienda a que los futuros profesionales produzcan mensajes con contenidos, códigos, estructura de relato y la mejor adecuación posible a los momentos de los interlocutores, esta formación debe cuestionar algunas pautas enraizadas en forma acrítica en los actuales productores. Cuál debe ser la duración de los programas, y la de transmisión. Cuál debe ser el concepto de programación. Cómo incorporar al actual receptor a su papel de interlocutor. Cómo establecer sistemas de realimentación permanentes.
Estos, junto a otros, temas son fundamentales para irse acercando a una nueva definición de la radio como potencial instrumento de comunicación al servicio de las naciones indígenas y de la comunicación intra e intercultural.